UNA ANTIGUA INTERROGANTE:
QUIÉNES SON LOS DUEÑOS DEL IDIOMA, LOS HABLANTES O LAS ACADEMIAS
Las
lenguas evolucionan, todas, y eso no es ningún descubrimiento reciente. Desde
siempre, las palabras pretenden transmitir ideas, conceptos y cosas tangibles;
las palabras se presentan como sonidos que tienen significatividad en un
determinado grupo social. Los idiomas son el receptáculo de estos, pero al ser
hablados por distintos grupos sociales, se van marcando diferencias, creando
dialectos, regionalismos, modismos, etc., así, el “allá” o el “mayo” de los
rioplatenses suena diferente al “allá” o “mayo” de nosotros los paraguayos, o
el “tres, cuatro” de la mayoría de los hispanohablantes sudamericanos se oye de
otra manera en nuestro repertorio. Son múltiples las diferencias que se van
acrecentando con el paso del tiempo, en sonoridad, tonalidad, y hasta en
significados. Estos sonidos que producen el milagro del habla, materializan el
don del lenguaje, y han sido codificados en símbolos gráficos convencionales, a
los que los occidentales llamamos letras, y son la pieza clave de la escritura,
ese invento humano tan magnífico.
Con el tiempo se hizo
necesario crear entes reguladores para reglamentar y documentar los usos y
significados conferidos a dichos significantes. Nacieron las academias
lingüísticas. Cualquier idioma que se precie de viva y con futuro debe tener
una academia, el castellano lo tiene desde siglos, y el guaraní también lo
tiene al igual que otros cientos de idiomas.
Pero ¿quiénes son finalmente
los dueños del idioma, los millones de hablantes que entendemos ese algo que se
quiere representar con esas letras y sonidos, o las academias que en sus
diccionarios nos dicen que tal palabra significa tal cosa?
Estos
detalles son los que a veces por la premura del tiempo no nos detenemos a
pensar, pero tienen un impacto enorme en nuestra realidad cotidiana, pues hunde
sus raíces en la comunicación, algo muy vital para la vida social.
Por ejemplo ¿a qué nos referimos con
“cuarentena” o “vacuna”? La etimología es una disciplina de la filología dentro
de la ciencia lingüística que estudia los orígenes de las palabras. Cuarentena
en principio hacía directa alusión a un período de cuatro veces diez, o sea,
cuarenta, pero por su uso sanitario durante siglos, en especial durante la
peste bubónica en el siglo XIV, pasó a designar toda una medida sanitaria de
plazos diversos, y entonces la Real Academia Española (RAE), agregó la acepción
“Aislamiento preventivo a que se somete durante un período de tiempo, por
razones sanitarias, a personas o animales”. Vacuna en principio se refería a
vaca, ¿obvio no? Vacunar es en esencia, la práctica de “inocular a la vaca el
virus vacuno, con objeto de conservarlo”. Pero con el tiempo ese significado
primario fue sustituido; para los hablantes del castellano actual “vacuna” es
“sustancia compuesta por una suspensión de microorganismos atenuados o muertos
que se introduce en el organismo para prevenir y tratar determinadas
enfermedades” y hoy en muchos diccionarios esa acepción primaria ya aparece
como acepción secundaria. Evolucionó, cambió su significado, no surgió ningún
nuevo significante. ¿Por qué es importante mirar estos casos? porque estamos en
el momento exacto donde cambiarán permanentemente ciertas palabras, y aunque
siempre hay palabras en evolución, algunas se realizan muy lentamente, pero
ahora mismo podemos ver ese proceso en poco tiempo, y nos dará la respuesta a
la inquietante pregunta de quiénes son los verdaderos dueños de un idioma.
Una de estas palabras que
después de esta pandemia tendrá que reunir a los académicos para agregar una
acepción es “confinamiento”. Uno sabe y entiende lo que significa hoy día
confinamiento. Pero en el diccionario no se lo define tal cual la mayoría lo
entiende ni en el sentido en que se lo usa en los medios masivos de
comunicación o los informes oficiales, que a la postre son los que deciden qué
significa tal palabra. Confinamiento hasta hoy, oficialmente según la academia
que regula la lengua castellana define la acción de confinar, o sea “pena por
la que se obliga al condenado a vivir temporalmente, en libertad, en un lugar
distinto al de su domicilio”. Confinar, que es el verbo del cual procede, tiene
implícita la idea de castigo, de obligar a alguien a permanecer en un lugar
ajeno a su voluntad; el destierro o exilio son palabras que definen
circunstancias muy parecidas a la transmitida por confinamiento. ¿Se imaginan a
países que se jactan de sus niveles de libertad y democracia sometiendo a
millones de sus habitantes a un “destierro” masivo? Por qué castigar a una
comunidad por la presencia de un virus que vino de afuera, qué culpa tienen.
Napoleón estuvo confinado en la isla Santa Elena, y Carlos Miguel Jiménez en la
isla Margarita. Son incompatibles los conceptos de respeto a la dignidad
humana, libertad y democracia, con castigo y sometimiento. Entonces, ¿dónde se
puede retocar la historia? ¿qué se puede cambiar? El significado de las palabras.
Es cierto, los estudiantes se
incomodan con las numerosas reglas dispuestas por las academias de lengua,
hasta hay escritores, como el genial García Márquez que los acusan de “policías
que restringen la libertad de expresarse de las personas” pero siendo honestos,
lo que los académicos hacen es recoger los vocablos más extensamente
utilizados, y los significados que se les dan en un afán de armonizar y ordenar
la lengua, sus verdaderos dueños son los hablantes, quienes lo usan y con ello
les dan vida a las palabras. Hay algo de consuetudinario en la elaboración del
léxico de una región. Dentro de poco, a la palabra confinamiento le tendrán que
agregar una acepción que permita justificar el extenso uso que se le dio
durante la actual pandemia. Así, confinamiento significará además de lo
anterior: “medida sanitaria legal de aislamiento social por un tiempo
determinado aplicado por las autoridades para proteger la integridad de la
población ante un brote epidemiológico” o algo así. Hay muchísimos ejemplos de
cómo el significado de las palabras depende o está sometido al arbitrio de sus
hablantes, tal como el planteado por Benedetti con relación a la palabra “alma”
en su poema “Semántica Práctica”
En Paraguay y países con
influencia guaraní, donde tenemos la hermosa coyuntura del bilingüismo esto
crea un paisaje único, para nosotros “disparar” es “correr” y “hatã” es “veloz”, todos
sabemos que disparar es palabra castellana y que significa lanzar la carga de
un arma, pero igual decimos “hatã
odispara fulano”; del mismo ejemplo, todos sabemos que hatã en guaraní es duro,
pero lo usamos por akũa, veloz.
el hablante es quien le otorga alcance al significado de las palabras más allá
de lo que dicen las reglas gramaticales.
Otro vocablo que tendrá que
agregársele una acepción o especificarlo es “virtual”, se entiende por virtual
aquello “que solamente existe de forma aparente y no es real” pero hoy día se
hacen reuniones virtuales, fiestas virtuales, clases virtuales, etc. Estas
clases y reuniones y festejos son tan reales como las presenciales, pero por
las normas sanitarias vigentes no permiten la presencia física que podría
generar aglomeración de personas, por eso tal vez sería preferible decir reuniones
o festejos en espacios virtuales, o clases en salas virtuales para no reñir con
lo estipulado por la semántica.
Las palabras seguirán
evolucionando, las academias seguirán actualizando sus diccionarios. Cuando de
aquí a un tiempo la RAE disponga que confinamiento ya no sea tan peyorativo, y
que entre sus acepciones también se incluya que es una medida de protección,
acuérdese que fue espectador en primera línea de la constante evolución de
nuestra lengua.
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